Me has preguntado si no temo por mi vida, consciente de que la conversión al
cristianismo implicará ciertamente una enésima, y mucho más grave, condena a
muerte por apostasía. Tienes razón. Sé a lo que me expongo, pero afrontaré
mi destino con la cabeza alta y erguida y con la solidez interior del que
tiene la certeza de la propia fe.
El Mundo
Magdi Cristiano Allan
23/03/08
Querido director: Lo que te voy a contar se refiere a una decisión de fe y
de vida personal, que, de ninguna manera, quiere implicar al Corriere della
Sera, del que me honro en formar parte desde 2003, con el cargo de
vicedirector ad personam. Te escribo, por lo tanto, como protagonista de la
vivencia y como ciudadano privado. Ayer por la noche me convertí a la
religión católica, renunciando a mi anterior fe islámica. De esta forma y
por la gracia divina, vio la luz el fruto sano y maduro de una larga
gestación vivida en medio del sufrimiento y de la alegría, entre la profunda
e íntima reflexión y la consciente y manifiesta exteriorización. Estoy
especialmente agradecido a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, que me
administró los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo,
Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, durante la solemne
celebración de la Vigilia Pascual. Y adopté el nombre cristiano más sencillo
y explícito: «Cristiano».
Desde ayer, pues, me llamo Magdi Cristiano Allam. El de ayer fue, para mí,
el día más bello de mi vida. Adquirir el don de la fe cristiana en la
celebración de la Resurrección de Cristo de manos del Santo Padre es, para
un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. A mis casi 56
años, es en mi historia personal un hecho histórico, excepcional e
inolvidable, que marca un punto de inflexión radical y definitivo respecto
al pasado.
El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reflejado en mi alma,
liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la
intolerancia hacia el «diferente», condenado acríticamente como «enemigo»,
priman sobre el amor y el respeto al «prójimo», que es siempre y en
cualquier circunstancia «persona». Al mismo tiempo, mi mente se ha liberado
del oscurantismo de una ideología que legitima la sumisión y la tiranía,
permitiéndome adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y
de la Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto
a Jesús, sino que he descubierto, por vez primera, al auténtico y único
Dios, que es el Dios de la Fe y de la Razón.
Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y
profunda reflexión interior, a la que no pude sustraerme, dado que, desde
hace cinco años, me veo obligado a llevar una vida blindada, con vigilancia
fija en mi casa y con la escolta de los carabineros en todos mis
desplazamientos, por culpa de las amenazas y de las condenas a muerte
dictadas contra mí por los extremistas y los terroristas islámicos, tanto
por los residentes en Italia como por los que viven en el extranjero.
He tenido que interrogarme, pues, sobre la actitud de los que han dictado
públicamente fatuas (condenas jurídicas islámicas), denunciándome a mí, que
era musulmán, como «enemigo del islam», como «hipócrita cristiano copto que
finge ser musulmán para perjudicar al islam» y como «traidor y difamador del
islam», legitimando de esta forma mi condena a muerte. Me he preguntado a
menudo cómo es posible que a alguien como yo que luchó de una forma
convencida y ardiente por un «islam moderado», asumiendo la responsabilidad
de exponerme en primera persona en la denuncia del extremismo y del
terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre del
islam y tras una supuesta legitimación coránica. De esta forma me fui dando
cuenta de que, más allá de la coyuntura que registra la implantación del
fenómeno de los extremistas y del terrorismo islámico en todo el mundo, la
raíz del mal está inscrita en un islam que es fisiológicamente violento e
históricamente, conflictivo.
Paralelamente, la Providencia me ha ido poniendo en el camino a personas
católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y
de su amistad, se convirtieron, poco a poco para mí, en punto de referencia
en el plano de las certezas de la verdad y de la solidez de los valores.
Comenzando por tantos amigos de Comunión y Liberación, con Don Julián Carrón
a la cabeza; por sencillos religiosos como Gabriele Mangiarotti, sor Maria
Gloria Riva, Don Carlo Maurizi y el padre Yohannis Lahzi Gaid; o por el
redescubrimiento de los salesianos gracias a Don Angelo Tengattini y Don
Maurizio Verlezza, culminado en una renovada amistad con el Rector Mayor,
Don Pascual Chávez Villanueva; hasta el abrazo de altos prelados de gran
humanidad como el cardenal Tarcisio Bertone, monseñor Luigi Negri, Giancarlo
Vecerrica, Gino Romanazzi y, sobre todo, monseñor Rino Fisichella, que me ha
acompañado personalmente en mi recorrido espiritual de aceptación de la fe
cristiana.
Pero indudablemente el encuentro más extraordinario y significativo en la
decisión de convertirme fue el que mantuve con el Papa Benedicto XVI, al que
siempre he admirado y defendido siendo musulmán, por su maestría a la hora
de establecer el vínculo indisoluble entre la fe y la razón como fundamento
de la auténtica religión y de la civilización humana, y al que me adhiero
plenamente como cristiano por inspirarme una nueva luz en el cumplimiento de
la misión que Dios me ha reservado.
Querido director, me has preguntado si no temo por mi vida, consciente de
que la conversión al cristianismo implicará ciertamente una enésima, y mucho
más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes razón. Sé a lo que me
expongo, pero afrontaré mi destino con la cabeza alta y erguida y con la
solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe.
Y todavía más, después del gesto histórico y valiente del Papa que, desde el
primer momento en que tuvo noticias de mi deseo, aceptó de inmediato
administrarme en persona los sacramentos de la iniciación al cristianismo.
Su Santidad lanzó un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que,
hasta ahora, quizás haya sido demasiado prudente en la conversión de
musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría
islámica y silenciando la realidad de los conversos en los países
cristianos. Por miedo. Por miedo a no poder ayudar a los conversos frente a
la condena a muerte por apostasía y por miedo a las represalias sobre los
cristianos residentes en los países musulmanes. Pues bien, hoy, Benedicto
XVI, con su testimonio, nos dice que hay que vencer el miedo y no temer a la
hora de proclamar la verdad de Jesús incluso a los musulmanes.
Por mi parte, quiero afirmar que es hora de poner fin al puro arbitrio y a
la violencia de los musulmanes, que no respetan la libertad religiosa. En
Italia, hay miles de conversos al islam que viven serenamente su nueva fe.
Pero también hay miles de musulmanes convertidos al cristianismo, que se ven
obligados a ocultar su nueva fe por miedo a ser asesinados por los
extremistas islámicos, que se ocultan entre nosotros.
Por una de esas casualidades que evocan la mano del Señor, mi primer
artículo escrito en el Corriere el 3 de septiembre de 2003 se titulaba Las
nuevas catacumbas de los islámicos conversos. Era una investigación sobre
algunos neocristianos que, en Italia, denunciaban su profunda soledad
espiritual y humana frente a la contumacia de las instituciones del Estado,
que no tutelaban su seguridad, y frente al silencio de la propia Iglesia.
Pues bien, quiero que del gesto histórico del Papa y de mi testimonio
extraigan el convencimiento de que llegó el momento de salir de las
tinieblas de las catacumbas y proclamar públicamente su voluntad de ser
plenamente ellos mismos.
Si aquí, en Italia, la cuna del catolicismo, si aquí, en nuestra casa, no
somos capaces de garantizar a todos la plena libertad religiosa, ¿cómo
podremos ser creíbles cuando denunciamos la violación de dicha libertad en
otras partes del mundo? Pido a Dios que esta Pascua especial otorgue la
resurrección del espíritu a todos los fieles en Cristo, que, hasta ahora,
han estado sojuzgados por el miedo.
Magdi Cristiano Allam, escritor de origen egipcio, es vicedirector de
Corriere della Sera y especialista en temas de Oriente Próximo. Su último
libro es Viva Israel (2007).
(Este artículo es la reproducción íntegra del texto publicado ayer en
'Corriere della Sera' enviado por el autor al director del periódico
italiano con ocasión de su bautismo por el Papa).
cristianismo implicará ciertamente una enésima, y mucho más grave, condena a
muerte por apostasía. Tienes razón. Sé a lo que me expongo, pero afrontaré
mi destino con la cabeza alta y erguida y con la solidez interior del que
tiene la certeza de la propia fe.
El Mundo
Magdi Cristiano Allan
23/03/08
Querido director: Lo que te voy a contar se refiere a una decisión de fe y
de vida personal, que, de ninguna manera, quiere implicar al Corriere della
Sera, del que me honro en formar parte desde 2003, con el cargo de
vicedirector ad personam. Te escribo, por lo tanto, como protagonista de la
vivencia y como ciudadano privado. Ayer por la noche me convertí a la
religión católica, renunciando a mi anterior fe islámica. De esta forma y
por la gracia divina, vio la luz el fruto sano y maduro de una larga
gestación vivida en medio del sufrimiento y de la alegría, entre la profunda
e íntima reflexión y la consciente y manifiesta exteriorización. Estoy
especialmente agradecido a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, que me
administró los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo,
Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, durante la solemne
celebración de la Vigilia Pascual. Y adopté el nombre cristiano más sencillo
y explícito: «Cristiano».
Desde ayer, pues, me llamo Magdi Cristiano Allam. El de ayer fue, para mí,
el día más bello de mi vida. Adquirir el don de la fe cristiana en la
celebración de la Resurrección de Cristo de manos del Santo Padre es, para
un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. A mis casi 56
años, es en mi historia personal un hecho histórico, excepcional e
inolvidable, que marca un punto de inflexión radical y definitivo respecto
al pasado.
El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reflejado en mi alma,
liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la
intolerancia hacia el «diferente», condenado acríticamente como «enemigo»,
priman sobre el amor y el respeto al «prójimo», que es siempre y en
cualquier circunstancia «persona». Al mismo tiempo, mi mente se ha liberado
del oscurantismo de una ideología que legitima la sumisión y la tiranía,
permitiéndome adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y
de la Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto
a Jesús, sino que he descubierto, por vez primera, al auténtico y único
Dios, que es el Dios de la Fe y de la Razón.
Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y
profunda reflexión interior, a la que no pude sustraerme, dado que, desde
hace cinco años, me veo obligado a llevar una vida blindada, con vigilancia
fija en mi casa y con la escolta de los carabineros en todos mis
desplazamientos, por culpa de las amenazas y de las condenas a muerte
dictadas contra mí por los extremistas y los terroristas islámicos, tanto
por los residentes en Italia como por los que viven en el extranjero.
He tenido que interrogarme, pues, sobre la actitud de los que han dictado
públicamente fatuas (condenas jurídicas islámicas), denunciándome a mí, que
era musulmán, como «enemigo del islam», como «hipócrita cristiano copto que
finge ser musulmán para perjudicar al islam» y como «traidor y difamador del
islam», legitimando de esta forma mi condena a muerte. Me he preguntado a
menudo cómo es posible que a alguien como yo que luchó de una forma
convencida y ardiente por un «islam moderado», asumiendo la responsabilidad
de exponerme en primera persona en la denuncia del extremismo y del
terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre del
islam y tras una supuesta legitimación coránica. De esta forma me fui dando
cuenta de que, más allá de la coyuntura que registra la implantación del
fenómeno de los extremistas y del terrorismo islámico en todo el mundo, la
raíz del mal está inscrita en un islam que es fisiológicamente violento e
históricamente, conflictivo.
Paralelamente, la Providencia me ha ido poniendo en el camino a personas
católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y
de su amistad, se convirtieron, poco a poco para mí, en punto de referencia
en el plano de las certezas de la verdad y de la solidez de los valores.
Comenzando por tantos amigos de Comunión y Liberación, con Don Julián Carrón
a la cabeza; por sencillos religiosos como Gabriele Mangiarotti, sor Maria
Gloria Riva, Don Carlo Maurizi y el padre Yohannis Lahzi Gaid; o por el
redescubrimiento de los salesianos gracias a Don Angelo Tengattini y Don
Maurizio Verlezza, culminado en una renovada amistad con el Rector Mayor,
Don Pascual Chávez Villanueva; hasta el abrazo de altos prelados de gran
humanidad como el cardenal Tarcisio Bertone, monseñor Luigi Negri, Giancarlo
Vecerrica, Gino Romanazzi y, sobre todo, monseñor Rino Fisichella, que me ha
acompañado personalmente en mi recorrido espiritual de aceptación de la fe
cristiana.
Pero indudablemente el encuentro más extraordinario y significativo en la
decisión de convertirme fue el que mantuve con el Papa Benedicto XVI, al que
siempre he admirado y defendido siendo musulmán, por su maestría a la hora
de establecer el vínculo indisoluble entre la fe y la razón como fundamento
de la auténtica religión y de la civilización humana, y al que me adhiero
plenamente como cristiano por inspirarme una nueva luz en el cumplimiento de
la misión que Dios me ha reservado.
Querido director, me has preguntado si no temo por mi vida, consciente de
que la conversión al cristianismo implicará ciertamente una enésima, y mucho
más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes razón. Sé a lo que me
expongo, pero afrontaré mi destino con la cabeza alta y erguida y con la
solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe.
Y todavía más, después del gesto histórico y valiente del Papa que, desde el
primer momento en que tuvo noticias de mi deseo, aceptó de inmediato
administrarme en persona los sacramentos de la iniciación al cristianismo.
Su Santidad lanzó un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que,
hasta ahora, quizás haya sido demasiado prudente en la conversión de
musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría
islámica y silenciando la realidad de los conversos en los países
cristianos. Por miedo. Por miedo a no poder ayudar a los conversos frente a
la condena a muerte por apostasía y por miedo a las represalias sobre los
cristianos residentes en los países musulmanes. Pues bien, hoy, Benedicto
XVI, con su testimonio, nos dice que hay que vencer el miedo y no temer a la
hora de proclamar la verdad de Jesús incluso a los musulmanes.
Por mi parte, quiero afirmar que es hora de poner fin al puro arbitrio y a
la violencia de los musulmanes, que no respetan la libertad religiosa. En
Italia, hay miles de conversos al islam que viven serenamente su nueva fe.
Pero también hay miles de musulmanes convertidos al cristianismo, que se ven
obligados a ocultar su nueva fe por miedo a ser asesinados por los
extremistas islámicos, que se ocultan entre nosotros.
Por una de esas casualidades que evocan la mano del Señor, mi primer
artículo escrito en el Corriere el 3 de septiembre de 2003 se titulaba Las
nuevas catacumbas de los islámicos conversos. Era una investigación sobre
algunos neocristianos que, en Italia, denunciaban su profunda soledad
espiritual y humana frente a la contumacia de las instituciones del Estado,
que no tutelaban su seguridad, y frente al silencio de la propia Iglesia.
Pues bien, quiero que del gesto histórico del Papa y de mi testimonio
extraigan el convencimiento de que llegó el momento de salir de las
tinieblas de las catacumbas y proclamar públicamente su voluntad de ser
plenamente ellos mismos.
Si aquí, en Italia, la cuna del catolicismo, si aquí, en nuestra casa, no
somos capaces de garantizar a todos la plena libertad religiosa, ¿cómo
podremos ser creíbles cuando denunciamos la violación de dicha libertad en
otras partes del mundo? Pido a Dios que esta Pascua especial otorgue la
resurrección del espíritu a todos los fieles en Cristo, que, hasta ahora,
han estado sojuzgados por el miedo.
Magdi Cristiano Allam, escritor de origen egipcio, es vicedirector de
Corriere della Sera y especialista en temas de Oriente Próximo. Su último
libro es Viva Israel (2007).
(Este artículo es la reproducción íntegra del texto publicado ayer en
'Corriere della Sera' enviado por el autor al director del periódico
italiano con ocasión de su bautismo por el Papa).
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